A aquellos que nos han regalado esas ideas que nos llevan a la libertad, que nos han mostrado a vivir con plenitud, o que nos han inducido semillas de inspiración.

A aquellos que practican ese acto tan característico de los humanos: la transmisión del conocimiento. Ese acto que ayuda a explicar que nuestra especie tenga el desarrollo que ahora valoramos. Ese que al existir evita que cada generación empiece de cero.

A aquellos, que bajo los edificios destruidos, sin baños, ni pizarrones y en condiciones indignas, buscan el bienestar de la comunidad en aulas imaginarias, alimentando a los asistentes de incierta y poco alentadora condición alimenticia.

A aquellos que se enfrentan a los hijos de la educación pública, ahora traidores de esta, y que, en medio de una horda de atropellos privatizadores, defienden la educación como un derecho, concientes de que este abre otros derechos.

A aquellos que no se limitan a citar una letanía de frases, quizá surgidas de algún libro, y que incluso anteponen la formación de valores humanistas a los planes de estudios elaborados por burócratas ignorantes. Estos que comprenden que ser maestro no es “dar clase” sino despertar conciencias, develar y mostrar nuevos horizontes, nuevas aspiraciones y futuros posibles.

A aquellos que en estos tiempos de desgracia, incitan a otros a ser desobedientes frente a las autoridades y normas injustas, que incitan a cuestionar a las autoridades y que enseñan a exigir y luchar contra toda la masa modorra y miope que perpetúa la explotación y esclavitud moderna –la de nuestros días–.

Mi más sentido, sincero e infinito reconocimiento.


Creo que vivimos “tiempos modernos” en donde no se entiende con plenitud, por las personas, la importancia que tiene la educación en varios ámbitos (personal, familiar, comunitario, etc).

De mi experiencia y trayectoria académica puedo decir que he tenido la fortuna de conocer personas excepcionales que sí inspiran, que sí alientan, que sí proponen, que sí construyen; en medio de una generalidad de “académicos” individualistas, modorros, indiferentes, supremacistas y perezosos, algunos –eso sí– “de excelencia”.

Figura 1: Discusión entre el profesor Feliú Sagols (a la izquierda) y yo (a la derecha) en una reunión durante mi doctorado.

A estos excepcionales e imprescindibles, les agradezco por ser determinantes en la persona que ahora soy y porque con sus actos contribuyen a construir un mundo mejor. Gracias infinitamente.